Tres pistas para trazar juntxs la relación entre trabajo, cuerpo y mirada
1. La mirada ha sido instrumentalizada como criterio de legitimación, clasificación y normalización. Pensamos en la relación de la Ciencia con la observación y la taxonomía como ejercicios de verdad; en los primeros estudios de la Antropología con sus descripciones acotadas al fenotipo y la raza; en la Antropometría y sus parámetros corporales de normatividad para la medición de la producción ligada a la utilidad y funcionalidad del cuerpo; en el entendimiento de la visión y del cuerpo como máquina para el beneficio de “la modernidad”. Pensamos en los peligros que ha supuesto una educación sensible a través de imágenes donde han quedado establecidos los regímenes escópicos que señalan qué y cómo mirar. Pensamos que el mundo contemporáneo de la imagen lo capitaliza, lo homologa y lo aleja todo. Pensamos en el papel que la fotografía ha jugado en todo ello, en su función como dispositivo de representación que participa de la legitimidad y divulgación de ciertos criterios de verdad que [re]definen la realidad misma.
2. El cuerpo exhibe los dispositivos políticos y las series históricas que lo producen, lo significan y lo transforman. Pensamos en la formación de sentidos sobre nuestros cuerpos relacionados a dominios históricos como la sexualidad, la belleza, la alimentación, la percepción, la performatividad social o las políticas reproductivas. Pensamos en la organización de las ciudades que se hace posible a partir de la administración de los cuerpos, de los sentidos que se montan sobre estos y la legitimidad otorgada a las vidas que representan. Pensamos en la administración de los cuerpos a través de la fábrica, la clínica, la prisión, la escuela y el museo. Pensamos lo que puede un cuerpo. Acudimos a la figura de la fuga, el repliegue y la disidencia para pensar al cuerpo en su capacidad de devenir.
3. El trabajo organiza la experiencia sensible de los cuerpos. Pensamos en las renovaciones y fracturas de los marcos laborales que vivimos en el siglo XXI. En las característica de nuestros empleos informales sin contrato colectivo y seguridad social, en sus procesos de desprotección, inestabilidad, precariedad, inseguridad, y riesgo laboral. En las nuevas coreografías post-industriales de la red telemática, del trabajo inmaterial, en la oferta libre de nuestros servicios deseguritizados, en la utilización del cuerpo no ya en una relación de extrañeza con la máquina-pantalla, sino en “circuito integrado” con ella. Pensamos en las consecuencias de nuestra identificación como cuerpos productivos y deseantes del siglo XXI en tanto que mostramos posibilidad de inscribirnos en el mercado de la ciudadanía en forma de trabajadorxs, clientxs y deudoras.